La historia de “La llorona” ha sido una de las principales leyendas de México, tan importante que varios estados de nuestra república la han reclamado como suya, desde el norte de la república hasta los estados del sur y ha resultado ser tan famosa, que en varios países de Centroamérica y Sudamérica la cuentan también y se hacen encajar los hechos en diferentes poblaciones y situaciones similares, por eso esta horrenda narración ha variado los nombres, lugares y hechos originales, generando una multitud de versiones que pasan de boca en boca como testimonio oral, aquí mismo en Xochimilco se contaba esta misma historia adecuándola al ambiente coloquial de nuestra gente, sin embargo la conjunción de todos estos relatos se acercan a la verdadera historia del mito, una leyenda prohibida que proviene de la época colonial en México.
Durante muchos años se guardó silencio en torno a esta, principalmente debido a supersticiones y tabús que la misma gente de la entonces naciente Nueva España había tejido alrededor de ella, en los años en que tuvo lugar esta narración se dice que mucha gente murió horriblemente o quedó afectada de sus facultades mentales por ver dichas apariciones, siend
o estos sucesos tan reales que las personas trataron de olvidar para siempre este hecho terrible, pues mientras siguiera vivo el relato continuarían sucediendo estas demoníacas apariciones, en el año de 1865 el notable erudito el licenciado Vicente Riva Palacio, escritor e historiador de México, revisó los libros prohibidos de la Santa Inquisición que estuvieron guardados y escondidos del público, buscando relatos para completar su novela llamada “El libro rojo” que escribiría juntamente con el escritor Manuel Payno para publicarla cuatro años después, entre toda esta información llena de relatos de casos pavorosos y diabólicos halló nuevamente la verdadera leyenda en un auto de proceso inquisitorio en contra de la mujer que protagoniza la historia, sin embargo no quiso escribir al respecto y le dio los pormenores a su amigo el poeta mexicano Juan de Dios Peza, él cual se dio a la tarea de escribir esta historia en forma de poema para no ser censurado por la Santa Iglesia Católica publicando su trabajo con un conjunto de leyendas, así que conjugando la tradición oral que perduro con los años y con los datos exactos tomados de la investigación hecha, aquí presento lo que debió ser la verdadera leyenda de “La Llorona”.
La Llorona
La naciente ciudad de la Nueva España, empezaba a sobresalir como una gema americana engastada en lujosos palacios de tipo europeo, las calles empedradas resonaban con los cascos de caballos que tiraban de los lujosos carruajes y era llenada con el rumor de millares de pasos que iban de un lado a otro, en medio en la plaza principal se hallaba una gran explanada deslumbrante, mirando hacia el sur se levantaba majestuosa la gran catedral de México, atrás de catedral como tres cuadras al norte se hallaba la plaza de Santo Domingo famosa en aquellos tiempos pues se ocupaba en las ejecuciones que dictaba el Santo Oficio, con la catedral como punto de referencia hacia el oriente de la ciudad se encontraban las casas de menor rango es decir las más modestas, por ser sus propietarios personajes de clase media, entre estas había una casita enclavada en una callejuela estrecha en cuya esquina había un nicho que tenía un crucifijo portando en el centro, que todas las gentes al pasar y verlo se santiguaban fervorosas, esta casita discreta pertenecía al señor Don Luís De Hernán y Martínez español pobre que había llegado a la Nueva España con el fin de hacerse rico, pero sus nobles principios no le habían permitido ser prominente y sin embargo si le había ganado el respeto de la mayoría
de las gentes de toda clase social, lo mismo indios que nobles, y además este se había casado con una doncella de la nobleza indígena mexica, siendo esta bautizada con el nombre de Doña Marina, el matrimonio tuvo una hermosa hija de tez blanca como su padre, labios rojos encendidos y cabello negro y ensortijado, a la cual bautizaron como Luisa De Hernán y Martínez, tras de morir su madre cuando la niña estaba muy pequeña quedó bajo el amparo de su padre siendo su única hija y heredera. Don Luís ya era un anciano cuando Luisa se convirtió en una hermosísima mujer de veinte abriles a la cual todos los jóvenes de la época la asediaban espiándola entre la callejuela, eran frecuentes la riñas que se suscitaban por ganarse su amor y afecto que terminaban a veces con algún joven herido de espada, pero también se oían canciones, versos y rimas dedicados a ella, pero su ventana y puerta estaba siempre cerrada y los galanes se quedaban con la tentación de conocerla. Un día llegó a la ciudad de Nueva España una notable y aristocrática familia que se instaló en una de la nuevas mansiones que habían comprado, era la familia de Montes Claros que tenían un hijo único como de treinta años galante y bien vestido con un porte gallardo, su piel blanquísima y cabello rubio con ojos azules teniendo un fuerte atractivo con las doncellas de alta sociedad del virreinato, su nombre era don Nuño de Montes Claros, desde que llegó las hermosas jóvenes sabiendo de su encumbrada familia hicieron galas de múltiples coqueteos para llamar la atención del joven. Con el transcurso de los días hasta él llegó la noticia de la existencia de una preciosa mujer tan perfecta como un ángel y de una belleza tan exótica y cautivadora, cada día se dirigía presuroso a espiar a la bella dama parándose en la esquina donde estaba el cristo y tapándose con un ala de su larga capa, todos hablaban sobre el galán desconocido que custodiaba la casa de la hermosa Luisa. Así pasaron los días hasta que don Nuño vio salir a una mujer que visitaba a la joven Luisa y presentándose con ella le rogó le llevará sus cartas de amor a la muchacha, la señora accedió un tanto por verlo como un mozuelo enamorado y otro tanto por la jugosa propina que le daba, las cartas que ardorosamente le escribía Don Nuño de Montes Claros a Luisa de Hernán y Martínez hicieron su efecto y la joven accedió a verlo en una casita que tenía hacia el sur de la ciudad por lo que ahora es Coyoacán y quedaba alejada de la urbe colonial, allá en aquella choza doña Luisa fue la mujer más dichosa del mundo siendo amada por don Nuño que era un experto enamorado, muchas veces tuvo encuentros con su amado, mientras que en su casa lloraba angustiado su padre que se daba cuenta de las huidas que hacía su querida hija, una noche regresando del encuentro con don Nuño encontró a su padre rígido e inmóvil acostado en su camastro con la mirada perdida y las ventanas de su habitación abiertas, tal vez había llorado mucho por su ausencia y fallecido de honda tristeza, al día siguiente el entierro fue humilde pues lo único que tenía la familia era su pobre casa. Al pasar los días las visitas de don Nuño a la casa de la joven enlutada eran descaradas y fueron tan frecuentes que de sus amoríos fueron naciendo consecutivamente tres hermosos niños igual de blancos y rubios como su padre, pero bellos como su madre, eran el amor de Don Nuño su más grande tesoro, una y mil veces le decía a su esposa el amor tan grande que le tenía a su hijos , al pasar los años y con el tiempo ya el amante enamorado no veía por varios días a la bella Luisa, los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, doña Luisa habló con él preguntándole el porqué de su actitud, revelándole el joven que su padre le había obligado a pedir la mano de la hija de un rico español recién llegado, sin embargo Nuño le prometió por sus hijos nunca dejarla y oponerse a las decisiones de su padre a pesar de haberlo amenazado con quitarle su herencia de hijo único, así con mentiras lograba engañarla y ver a sus queridos hijos. Una noche en que la luna iluminaba las calles de la ciudad
que ahora se vestía de plata, doña Luisa lloraba tristemente con la ventana abierta de par en par y sosteniendo a su hijo menor entre sus brazos, las lágrimas caían en el pecho de su hijo y sus sollozos se escuchaban en toda la calle, la gente comentaba la desdicha de la pobre joven y la infortunada suerte de tener un amor de una alcurnia tan alta, presa de la desesperación la angustiada mujer dejó a sus hijos y corrió por las calles pensando que algo grave le había sucedido a su amante por lo que se dirigió a la casa de los Montes Claros para quitarse las dudas que la embargaban, pero al llegar a la lujosa mansión quedo como pasmada al ver una gran fiesta que se celebraba dentro, había música y risas, chocaban las copas de vino en brindis afectuosos y la gente se entregaba a la más desbordante felicidad y dicha, tapando su rostro con un velo que llevaba se metió a la casa y preguntó a la servidumbre sobre lo que ahí se celebraba, los mozos le dijeron: ¿Qué no sabe, que el joven Nuño de Montes Claros se ha casado con tan bella joven rubia? se casó a las nueve de la mañana en la iglesia del sagrario junto a catedral, doña Luisa ya no quiso saber más, corrió como una poseída, devorándole las entrañas un odio visceral e inhumano, sintió tristeza por su padre muerto, por sus tres hijos que ahora se convertían en bastardos, lloraba por su triste e inútil vida, así corría derramando sus lágrimas cual lluvia por los callejones de la gran ciudad, entonces llegó a su casa como una fiera herida, vio a sus tres inocentes hijos dormir plácidamente en su camita, y con los ojos inyectados de odio y teniendo el corazón envenenado, corrió hacia el armario y viendo la daga que había olvidado don Nuño entre su cinto, la empuño con sonrisa demente y con el odio de un animal rabioso, azotó el puñal repetidamente en el cuerpo de sus hijos, los cuales daban tremendos gritos de agonía que despertaron a todos los vecinos del lugar, cuando llegaron al sitio y lograron amarrar a la terrible mujer, ya la cama estaba envuelta en un charco rojo carmesí que brillaba con la luz de las teas que portaban los hombres, y la daga cubierta de sangre escurría por los tablones del piso, aquello había sido una espantosa carnicería, las mujeres se desmayaron ante la dantesca escena y los niños cual fardos dejaban ver las múltiples heridas en sus cuerpecitos. ¡Maldita asesina!, ¡Maten a la maldita hiena!, gritaba la gente enfurecida ante la mirada imbécil de la mujer criminal, arrastrándola de los cabellos por las calles obscuras la llevaron presurosos ante el tribunal de la Santa Inquisición para aplicarle el castigo requerido en esos casos, la otrora mujer de una hermosura inigualable ahora lucía un rostro hinchado por los golpes, los cabellos tiesos y espantosos como de anciana, el rostro desencajado y esa sonrisa estúpida y demente que asustaba, los clérigos fueron llevados al lugar del crimen y lo que vieron resultó ser aberrantemente satánico, los atemorizados sacerdotes decían: ¡Esto es cosa del diablo, que anda por la ciudad! se oían innumerables oraciones en latín que se usaban en los exorcismos, rezos y plegarias. La noticia se corrió como reguero de pólvora por toda la ciudad llegando a oídos de Don Nuño Montes Claros,
él cual cuando vio todo esto, no aguantó más el delirante cuadro, enloquecido tomando el mismo puñal, corrió por las calles solitarias y llegando a su casa se sacó los ojos y después se apuñaló él mismo. Durante la noche el santo tribunal de justicia había tomado la sentencia unánime - Ejecución en el cadalso por hoguera -. Ese día la ciudad de la Nueva España se vistió también de enojo, desde la mañana un viento de calor sofocante azotaba desde las diez de la mañana, era el mes de mayo y las calles estaban concurridas a reventar, todos esperaban la merecida ejecución de la mujer arpía que asesinó a sus tres hijos, el sol quemaba la piel cuando dieron las once y media, y de la puerta del Santo Oficio una mujer irreconocible salía jalada por lazos y amarrada por el frente de las manos, había huellas múltiples de tortura que había recibido toda la noche, parecía muñeca desvencijada, su rostro amoratado y los ojos hundidos sangrantes daban pavor con verlos, la gente no iba a olvidar por doscientos cincuenta años aquel suceso macabro, las voces de la multitud clamaban justicia y muchos mirones morbosos acudían como cuervos a presenciar aquel acto de fe, mientras en el otro extremo de la ciudad de México un cortejo fúnebre y concurrido se dirigía a sepultar el cuerpo del infeliz Don Nuño de Montes Claros el cual se había quitado la vida, la procesión de sacerdotes desfilaba por las calles hacia el sitio de la ejecución, llegando ante el madero principal soltaron de las manos a la mujer mientras que el pueblo enajenado gritaba ¡Maten a la maldita bruja asesina!, cientos de murmullos brotaban y se escuchaba, ¡Muerte a la desgraciada, quémenla de una vez y que arda!, callando a la multitud se escuchó un grito sobrenatural de la mujer decir: ¡Cállense todos, yo los maldigo! , ¡Muerte a todos desde mi tumba! diciendo esto enseguida alzó los brazos al cielo y mirando hacia
donde había estado su casa, por fin se acordó de lo que había hecho con sus hijos y lanzó un grito desgarrador ¡Ayyyyyy mis hijoooooos!, repuestos a su temor, los verdugos sujetaron a la mujer por el cuello y amarrando sus pies y manos, procedieron a encender la hoguera, ya para entonces el calor tan intenso ahora con el cielo gris anunciaba una gran tormenta que azotaría a toda la ciudad, entonces antes de que se quemara totalmente el cadáver una tupida lluvia cayó sobre la ciudad y toda la gente tuvo que abandonar la plaza de Santo Domingo para protegerse de tan terrible tormenta, esta se prolongó durante nueve horas, a intervalos cosa que hizo que la gente se olvidara del cadáver de Dona Luisa de Hernán y Martínez. Ya había anochecido y un extraño vapor caliente se tendía como neblina por toda la ciudad, entonces los ministros del santo oficio mandaron por los restos de la difunta para que fueran totalmente cremados, pero los guardias virreinales cuando llegaron al lugar no encontraron cuerpo alguno, se dio la voz de alarma y se buscó el cuerpo a medio quemar de la muerta pero todo fue inútil, el suceso parecía olvidarse pero al noveno día en que según los clérigos las almas de los difuntos desatan sus cadenas, por la noche un extraño frío helaba las casas de la gente, por lo que no querían salir, la noche se tendió más densa que nunca y una oquedad aterrante invadía cada sitio y cada rincón, parecía como si las velas no quisieran alumbrar, hasta las lámparas de aceite de las calles iluminaban débilmente, entonces cuando se dio el toque de queda y sonaron lúgubres las campanas de la Catedral, se escucharon unos lamentos que no podían ser emitidos por criatura alguna viva, venían las lamentaciones de ultratumba y resonaban por todos los rincones obscuros de las casas, nadie quería ni salir de su dormitorio, la gente se hincaba en la esquina de su habitación y rezaba en voz alta con el rosario entre las manos temblorosas, así pasó toda la noche angustiante, afuera en la calle los perros daban aullidos terribles que helaban la sangre y el viento frío reverberaba en cada callejón obscuro, se oían los gritos enloquecidos de los guardias y serenos que se encontraban tan espantosa aparición por el camino. Al día siguiente se encontró el cuerpo de los soldados y vigías muertos, sin color alguno en la piel, con los pelos erizados del miedo y los ojos desorbitados, nadie quería realizar ese oficio por más dinero que se les pagara, así sucesivamente eran encontradas personas muertas de espantó con gestos de haber pasado por un terror profundo. Los sucesos se repetían por la noche dando las doce horas, se veía a la difunta recorrer cada calle y rescoldo, deteniéndose en las ventanas y patios de las casas, muchos desdichados que la llegaban a ver quedaban mudos o locos de espanto todos la llamaron “La Llorona”, los sacerdotes hicieron constantemente muchas misas y rezos para acabar con las tragedias, obligando e indicándole a la gente que nunca volvieran a hablar más de esta horrenda historia, para que desapareciera para siempre esta horrible aparición. Por eso esta leyenda casi desapareció y se prohibió con el transcurso de los años.
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