Creo en mis formas, en mis caminos; en esos que duelen pero que rinden frutos.
Creo en el sendero de la verdad, en el sendero difícil.
Creo en mi alma, en esa porción agazapada de mí.
Creo en mis palabras, en mis frases, en mis abrazos y en mis miradas.
Creo en quien soy y, por lo tanto, en quien a pesar de las derrotas no tengo intenciones de dejar de ser.
Creo en mi sueño, en el magnífico sueño que seguiré construyendo hasta que no me queden más fuerzas para creer.
Creo en el destino, en mi historia, en mis pasos y en mi experiencia.
Creo en mis ganas de dar y creo en un mundo maravilloso que espera recibir mi gota de cariño.
Creo en la amistad, en los besos, en la lluvia, en las sonrisas y en los secretos.
Creo en mi esfuerzo por crecer, en mis ganas de crecer.
Creo en la vida, y en la magia con la que toca todas las cosas.
Creo en el destino y en un futuro de recompensa para quienes afrontan el desafío de ser fieles a sí mismos.
Creo en mí; sobre todo creo en mí cuando caigo, cuando no tengo fuerzas, cuando el viento sopla y mis velas ceden, sigo creyendo en aguantar y en volver con todas mis fuerzas para seguir y seguir creyendo, y seguir andando, y seguir viviendo.
Creo en los sentimientos que pueden hacer de cada día un sol distinto y por supuesto:
Creo en el amor y en ese modo indescriptible de estar parado ante la vida, en esa manera intrépida de hacer transcurrir el tiempo, en esa forma tan peligrosa y a la vez tan excitante de tener el corazón abierto.
Sólo se vive para ese espacio de felicidad que se espera transitar.
Creo en Mí
- viernes, 4 de noviembre de 2011
La Llorona
Etiquetas:
Día de Muertos,
Leyenda La LLorona
- martes, 1 de noviembre de 2011

Durante muchos años se guardó silencio en torno a esta, principalmente debido a supersticiones y tabús que la misma gente de la entonces naciente Nueva España había tejido alrededor de ella, en los años en que tuvo lugar esta narración se dice que mucha gente murió horriblemente o quedó afectada de sus facultades mentales por ver dichas apariciones, siend

La Llorona
La naciente ciudad de la Nueva España, empezaba a sobresalir como una gema americana engastada en lujosos palacios de tipo europeo, las calles empedradas resonaban con los cascos de caballos que tiraban de los lujosos carruajes y era llenada con el rumor de millares de pasos que iban de un lado a otro, en medio en la plaza principal se hallaba una gran explanada deslumbrante, mirando hacia el sur se levantaba majestuosa la gran catedral de México, atrás de catedral como tres cuadras al norte se hallaba la plaza de Santo Domingo famosa en aquellos tiempos pues se ocupaba en las ejecuciones que dictaba el Santo Oficio, con la catedral como punto de referencia hacia el oriente de la ciudad se encontraban las casas de menor rango es decir las más modestas, por ser sus propietarios personajes de clase media, entre estas había una casita enclavada en una callejuela estrecha en cuya esquina había un nicho que tenía un crucifijo portando en el centro, que todas las gentes al pasar y verlo se santiguaban fervorosas, esta casita discreta pertenecía al señor Don Luís De Hernán y Martínez español pobre que había llegado a la Nueva España con el fin de hacerse rico, pero sus nobles principios no le habían permitido ser prominente y sin embargo si le había ganado el respeto de la mayoría




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